“Necesitamos irnos”, le decía
mientras cargaba con ella lejos de ahí y me aseguraba que lo único que no
siguiera fuera el rastro que surgía de mi ser. Me repetía una y otra vez que no
podía dejar que esto le pasará, era mi mejor amiga y yo tomaría la última
oportunidad que mi aliento me proporcionará por ella… haría cualquier cosa por
ella.
Dos
escalones más, falta menos, falta menos; la tomé de la cintura y de inmediato
el dolor me recordó que aún estaba conmigo, él no me abandonaría esta noche.
Pero no importa, nada de lo que me pase importa mientras lo que esté haciendo sea
por ella; la calle está más obscura de lo habitual, debe ser gracias a esa
manifestación de Tlaloc de hace algunas horas, sabía que había hecho algunos
estragos en la ciudad pero no pensé que llegará a tanto…
¡Maldita sea,
escucho pasos! Y no están tan lejos de mí como me gustaría, igual y esto sea
como el mito de La llorona, entre más cerca se escuchan es que más lejos esta de
ti y viceversa; suelto una pequeña risa de la cual me arrepiento después por la
molestia que me ha causado.
-Ya, no, no más,
déjame, no valgo… yo…- comenzó a balbucearme casi de manera inaudible, por fin
estaba reaccionando, creí que esta vez si la perdería. “El auto ya no está muy
lejos” le digo casi en un susurro porque temo que el aire se me escape y sólo
quiero que me dure lo suficiente para ponerla a salvo. Ella es todo para mí.
Necesito salvarla.
Salimos del
edificio y caminamos un rato mientras busco las llaves de mi modesto transporte
de segunda mano procurando mantenerla a mi lado a todo momento y en cada movimiento
que realizo, recuerdo una situación, es un poco bizarro recordar ahora pues no
tiene nada que ver lo que está pasando. ¡Las encontré! Y justo a tiempo, mi automóvil
esta en frente, comienzo a juntar fuerzas para meterla en la parte de atrás de
mi pequeño amigo color morado mientras los pasos suenan y resuenan tanto en mi
cabeza como en la calle que apenas está iluminada por la luna y algunas luces
dando lo último de sí (¡Maldita lluvia, bendita noche para aparecer!).
Subo al auto tan
rápido como me aseguro que ella no saldrá volando si llego a perder la
conciencia y chocamos. Un vistazo rápido al retrovisor… y una sonrisa por mi
parte al ver su reflejo mientras piso el acelerador y comienzo a sentir la
humedad en las puertas de mi alma, “No es tiempo para fugas, no ahora” me
repito como un mantra mientras rió al escuchar aquella canción en la radio… me
recuerda mucho a...
-¡Puta madre!-
Exclamó mientras esquivo a un conductor ebrio, es obvio su estado porque
conduce en zigzag. Comienzo a sentir húmedo mi asiento, como si no pudiera
retener mis necesidades fisiológicas, y hecho otro vistazo rápido al retrovisor
que me asegura que ella sigue a salvo, intento relajarme un poco pero
inmediatamente veo que el idiota de antes se ha estrellado con alguien,
quisiera decir que por desgracia conozco a la victima pero, en realidad, me
alegra que hayan chocado.
¡Ese estúpido
tono azul! No recordaba que se camuflajeaba tan bien de noche. Entre la melodía
en la radio y el sonido de mis llantas al derrapar puedo escuchar que algo
ocurre con mi hilo rojo en la parte de atrás. Aún siento la sensación de
estarme haciendo pipí pero sé que no es eso lo que está pasando ahí abajo, en
mi cuerpo.
Sólo escuchó
algunas palabras sueltas con claridad “Cortar”, “yo”, “él”, “tú”, “no”....
Inmediatamente
les doy un orden e intento tranquilizarla diciéndole que sólo soy yo la
culpable de la ruptura, que ella no tiene nada que ver, le cuento lo ocurrido y
de cómo poco a poco aquello, que en un juego habíamos decidido llamarlo “La
maldición del hilo” (gracias al nombre que me habían puesto mis progenitores),
había ocurrido eventualmente con mi actual ex pareja. El más reciente, muy a mi
pesar.
Una cuadra más,
sólo una cuadra más.
Comienzo a
relatarle como fue que “Mister J” y yo, caímos bajo “La maldición del hilo”:
- Todo comenzó
después de que habíamos cumplido un mes, yo estaba dispuesta a darle aquello
que jamás le había dado a ningún hombre a pesar de todas mis “relaciones”, sin
embargo, no era tan sencillo pues quería expresarle mi mayor temor. Pero no lo
hice de la manera correcta - Pude notar de reojo que hacía una mueca de dolor
en broma (mi hilo volvía a la normalidad) – se molesto conmigo, sabes que eso
no es lo mejor, ¿verdad? – Solté una ligera risilla a un alto costo de dolor y
toque mi estomago por un instante- intente arreglar las cosas pero era tarde.
Metí la pata, la maldición había comenzado y todo cayó desde entonces. Comenzó
a portarse como un idiota, no quiero hablar de eso. Le falta madurar. Tal vez,
no… simplemente, él tampoco era el indicado.
Por fin llegábamos
a nuestro destino. Me estacione lentamente, no sabía si otro movimiento brusco
sería bueno para ella. Baje como pude, mis zapatos estaban empapados de uno de
mis componentes más vitales pero yo sólo podría pensar en ella y que debía
sacarla rápido del vehículo y llevarla adentro del edificio que tenía enfrente.
Como pude me quite el calzado, no quería alarmarla más, quería que estuviera
tranquila.
Abrí la puerta del
coche, la tome de la cintura y la baje con la mayor sutileza que pude; ella
puso su mano sobre mi estomago y ¡Oh no, lo notó! Comenzó a gritar, me pedía
perdón mientras comenzaba a llorar y pedirme disculpas, y yo intente calmarla
pero fue inútil, casi de inmediato del hospital se asomaron algunos ojos
curiosos y la escena no puedo ser más extraña.
Una chica de
20yalgo años con una enorme mancha de sangre que surgía a la altura del
estomago y empapaba el resto de su cuerpo sosteniendo (tal vez sosteniéndose) a
(o de) una chica de la misma edad con signos de ebriedad (tal vez drogada),
caminando, o al menos intentándolo, para llegar a la puerta.
Cuando los
doctores llegaron hasta ellas, ambas cayeron. El hilo rojo ya estaba roto. Las
Moiras sabían hacer su trabajo.